jueves, 3 de febrero de 2011

Noveno Intento

Se fue la luz. Comienza la incertidumbre dentro de la gran incertidumbre que es el día a día. Por qué se fue? Es una rotura o será un apagón programado? Si está lloviendo lo más probable es que sea un problema con los viejos cables y los viejos trasnformadores que están tan cansados de trabajar día tras día como yo.
Los vecinos sacan sus asientos para la calle y hacen cuentos como los campesinos de antaño. Los vecinos siempre están en la calle de todos modos. Cuando en una casa pensada para 4 o 5 personas viven 20 o 30, es inevitable que se expandan como las moléculas de un gas.
Ya pasó una hora y no ha venido. Llamamos a la compañía y nos dicen que ya está reportado el problema. Los vecinos siguen haciendo cuentos y esperando. Las velas se van derritiendo como por arte de magia. Y la incertidumbre crece. No hay más velas. Qué hacemos cuándo se acabe esta? El refrigerador se está descongelando. Qué hacemos con la comida? No podemos darnos el lujo de que se eche a perder. Nadie puede darse ese lujo, no importa si tiene mucha o poca. Si tiene mucha porque ha invertido mucho en ella y no solo dinero, sino tiempo, esfuerzo... Y si tiene poca, pues evidente, porque es la única que tiene.
Ya pasó otra hora ya apagamos el pedacito de vela que queda y nos acostamos. Tratamos de dormir un poco, con luz o sin ella mañana hay que trabajar. Dormir un poco... suerte que no es verano, en verano no se puede dormir con el calor y los mosquitos. Pero hoy no hace calor, dormimos, con un ojo abierto, como una madre recién parida. Vigilando...
Llegó la luz. Son las 3 de la mañana. Hay que levantarse a secar el refrigerador para echarlo a andar.
Cuando yo era niña, empezaban los apagones, la gente siempre gritaba cuando llegaba la luz. Daban vítores y se alegraban genuinamente. Los cubanos somos muy alegres. Pero ya nadie grita. No sé por qué. Perdimos la alegría? Los vecinos, cansados recogen sus asientos lentamente y van a dormir. No están contentos, ya vino la luz pero no están contentos.

martes, 7 de diciembre de 2010

Octavo Intento: "La Feria Agropecuaria"

Todo el mundo le dice "La feria", porque es el acontecimiento más importante de la vida diaria en la Habana. Tratar de explicar por qué es tan importante sería difícil. Además de la explicación obvia, ahí se vende comida, hay muchas otras explicaciones. Otra obvia, no hay mucho más que hacer, ni a dónde ir. O los precios son un poco menos caros que en otros lugares. En fin, el sábado agarramos todo el dinero que podemos juntar y todas las javas plásticas que encontramos, que no se sabe qué es más difícil en estos días si conseguir dinero o javas, y nos vamos a la calle Carlos III, rebautizada Salvador Allende, sin éxito, por supuesto, como otras tantas. De las 4 sendas, había dos, donde seguía circulando el tráfico y los quioscos con los productos estaban en las 2 más cercanas a las aceras. Pero últimamente, solo hay quioscos en una sola.
Cuando vamos llegando la primera impresión es muy desagradable. De lejos todo lo que se ve es gente. Mucha gente. La esperanza es que los que ya se van alejando vienen con las javas llenas y uno avista alguna lechuga por aquí o unos plátanos por allá y apresura el paso. Cuando ya estamos más cerca, la impresión sigue siendo la misma, mucha gente. En Cuba se produce tan poco que cualquier cosa que usted venda siempre hay más gente tratando de comprar que la cantidad de productos. Sobre todo si se come. Pero no piense que eso nos convierte automáticamente en el paraíso de los vendedores. Todo el mundo tiene que pagar su cuota diaria de sufrimiento innecesario. Los vendedores tienen que tener 20 papeles con sus 20 firmas correspondientes para poder vender. Los papeles nadie los da en ninguna parte y las personas que tienen que proporcionar las firmas nunca están donde se supone que deberían.
Cuando el día comienza y empiezan a llegar los compradores, es la guerra. Todo el mundo está dispuesto a robarle a todo el mundo. Los vendedores le roban a cada uno de los que compran y cada uno que pasa por su tarima está esperando un descuido para llevarse cualquier cosa sin pagar. Es un mundo inhóspito.
Al final del día, cuando anochece el sábado, si usted pasa por Carlos III verá un espectáculo casi medieval. La senda de la feria está medio desierta, al menos en comparación con el tumulto mañanero. Pero si se fija bien, los vendedores están todavía allí, tratan de proteger sus sacos de mercancía lo mejor que pueden y se sientan en pequeños grupos a beber ron y esperar la mañana. El domingo también hay feria y ellos vienen desde muy lejos. A la pobre luz de las farolas amarillas, parecen sombras de los mercaderes medievales de historias muy lejanas.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Séptimo intento: Los que ya no están.

La primera fase del duelo, dicen los expertos, es la negación de la realidad. En esta etapa
es cuando escribimos montones de mails todos los días. Esperamos todo el fin de semana
pegados al teléfono. Y si no tenemos computadora molestamos y aplastamos a cualquier
conocido que tenga acceso al mundo exterior. Estamos negando la separación. Pretendiendo que
la persona que partió va a seguir siendo parte de nuestra vida cotidiana, que vamos a
conversar con ellos y nos van a contar todo lo que les está sucediendo en ese nuevo mundo
maravilloso a dónde no podemos llegar. Es la fase de la burbuja que describe Carlos Varela. Pero ellos no están en un mundo maravilloso y tienen tantas cosas nuevas para enfrentar que
no tienen tiempo, ni deseos de escribirnos todos lo que necesitamos. Entonces nos llega la
segunda fase del duelo. Las reacciones de ira y descontento. Estamos muy molestos con la
persona que no nos escribe tanto como quisiéramos, que no nos llama como esperábamos.
Empezamos a sentir el abandono. En esta fase habrá quien hasta deje de escribir y de tratar
de comunicarse. El sentimiento es de traición de soledad de abandono. La tercera fase es la desesperación y la depresión. No importa lo que hagas nunca vas a
poder recuperar la alegría de volver a estar junto a esa persona tan especial. Todo lo que
queda en tu mundo es gris, opaco, no tiene color, ni calor, ni siquiera las llamadas y los
mails, las fotos duelen tanto como las de un familiar muerto. Es tan incalzanble como si
hubiera muerto. Los que han experimentado en esta etapa un regreso, una visita, una etapa de
acercamiento de cualquier tipo, saben que la depresión que viene después, el vacío, es
incluso peor que el estado anterior. Hay otra fase del duelo que es la aceptación y la paz, pero me parece que muchas personas
que se han separado de familiares muy cercanos, no pueden sobrepasar la tercera etapa. Si
es un hijo, el que se fue, los padres nunca pueden llegar a la aceptación. La separación no
es definitiva, siempre hay una esperanza de visita o de viaje de reunificación por ahí en el
aire que hace que se queden el limbo de la espera, el acercamiento y la depresión. Cuando es un pareja o un amigo muy querido se puede llegar a la aceptación. Se puede cambiar
de pareja, se puede intentar volver a hacer amigos, aunque, como dicen los expertos, nunca
se vuelve al estado anterior de la pérdida. Pero se da el caso, mi caso por ejemplo, en que
la historia se repite. La nueva pareja también se va. Los nuevos amigos también se van. Es
que se han ido tantos buenos cubanos de esta isla que de puro milagro no está vacía. No está
vacía pero se ha llenado de gente que no son los que son. Mi Habana está atestada de
personas pero también son inmigrantes que han venido de otras provincias con otras
costumbres que no son malas ni buenas pero son diferentes. Así es que todo se fue, los seres
queridos se fueron y se fueron y se fueron y mi mundo se fue con ellos. No me queda nada,
como ese personaje de la película Habana Blues, que dobla en bicicleta por la esquina de
Ánimas, en mi municipio y es la estampa del hombre más solitario del mundo.

martes, 9 de noviembre de 2010

Sexto Intento: La feria del libro de la Habana

Pequeño y delgado, el muchacho, iba entrando en el complejo Morro Cabaña para participar en la feria del libro. No porque fuera buen lector, no porque pensara comprar algún libro de ciencia (son demasiado caros) tampoco porque le interesara el ambiente editorial. ¿Entonces por qué? Pues… Por nada, simplemente porque no hay otra cosa que hacer.
La cabaña está repleta de gente que como él, gente a la caza de acontecimientos. Pasan junto a una tarima donde descansan en paz desde Borges hasta Vargas Llosa… (¿Vargas Llosa en la feria del libro de la Habana!?, bueno hombre, es un decir.) Muchas buenas obras allí, esperando y esta gente llenando el recinto y hasta comparando libros que nunca van a leer. Buenos libros que tú y yo necesitamos para asegurarnos de que no somos rarezas de circo, que hay por ahí gente como nosotros. Pero ellos no, ellos no tienen esos problemas, ellos pasan junto al diario de amor de la Avellaneda y compran el de al lado, tal vez… algo sobre el cultivo de peces tropicales. O no compran nada, solo ven a la muchacha que está junto aquella tarima. Eso fue lo que él vio. Justamente aquella muchacha. Tal vez ese haya sido su objetivo inicial, ver muchachas. Es un deporte muy de moda en esto tiempos. Debe de haber sido realmente bella porque le entraron, de repente, muchas ganas de comprar un libro. Bueno, de comprarle un libro a la muchacha, después de todo, la belleza, ejerce su influencia sin que lo notemos, se desplaza silenciosamente por nuestra conciencia y a veces no tan silenciosa.
La idea no era del todo loca, (solo un poco) después de todo, qué mejor para llamar la atención de una muchacha bonita en aquel lugar que comprarle un libro. Cualquier conquistador experimentado diría que para captar la atención de una muchacha basta hacerla reír, pero después de todo, él, el muchacho pequeño y delgado no es un conquistador experimentado, y pensó regalarle un libro. Pero… ¿qué libro? Esa fue la primera piedra. Y no sería la última.
No se puede esperar que alguien que no sabe quién es Saramago, sepa que no hay modo de escoger un buen libro para regalar sin conocer a la persona (Ni al libro!) Pero hay que reconocer que hizo su mejor esfuerzo. Le preguntó al dependiente. –Puede usted recomendarme un buen libro para regalarle a aquella muchacha? El dependiente tampoco sabía mucho de libros, así es que, con alguna reticencia, nombró uno. ¿Cuál? Una buena pregunta, tratándose de nosotros lectores empedernidos, pero él, el muchacho, ni siquiera lo recuerda. ¿Pero qué libro ibas a comprarle a la muchacha, quién era el autor? No lo sabe, nunca lo supo, tuvo el libro en sus manos pero no en su mente. En su mente solo estaba la muchacha. Pobre libro.
Pero no se conformó con tener el libro. Quería escribir en él una dedicatoria. Ya tenía el libro, solo necesitaba un bolígrafo. Otra piedra en su camino. No tenía bolígrafo. Otra vez recurrió al dependiente, pero un bolígrafo es una posesión demasiado apreciada por un dependiente. Él tiene que llenar vales y vales de salida. Y su jefe solo le da un bolígrafo muy de vez en vez, cuando los que le entrega la empresa le sobran, cuando el hijo ya tiene todos los que necesita para la escuela, o sea, el pobre dependiente casi nunca recibe un bolígrafo, no se le puede tomar a mal que no quiera prestarlo. -Te lo compro! Vaya mentalidad mercantilista! En nuestra sociedad no estamos preparados para eso, además si lo vende, con qué llena los vales de hoy y luego el trabajo de andar por ahí buscando un bolígrafo. Capaz que no haya, que estén en falta en las tiendas… No, definitivamente no hay bolígrafo. ¿Y la muchacha? Se fue, se esfumó, se evaporó.
Cualquier conquistador, incluso uno no muy experimentado, se habría dado cuenta de que las cosas no iban muy bien, de que era mejor dejar el pobre libro en el estante y seguir por el mismo rumbo, o sea, sin rumbo, vagando por la feria, en busca de nada o tal vez de alguna muchacha, pero no de esa, a la que no le interesa el muchacho, ni siquiera el libro. ¿Y qué hace en la feria? Bueno, solo ella lo sabe, o tal vez ni siquiera ella misma lo sabe.
Este no sería un buen final para una historia, aunque hubiera sido, sin dudas un buen final para el muchacho. Pero después de vagar un rato, tuvo “la suerte” de volver a encontrar a la misma muchacha. Esta vez en una sala de venta en dólares y con una amiga. Se apresuró a comprar una postal. Estaba seguro de que la amiga le diría el nombre de la susodicha. Estaba tan seguro, era algo tan simple. Allá se fue, postal (y bolígrafo) en mano. (En las salas que venden en dólares se encuentran maravillas) –Por favor, me puedes decir el nombre de tu amiga. –Y por qué no se lo preguntas a ella? Sabias y simples palabras. Otra piedra en su camino. Empecinada muchacha que no quiere decir el nombre de la amiga. ¿Por qué? Algo tan simple como un nombre. -Tal vez para usted sea simple, pero para mí es algo muy íntimo, yo no le doy el mío a todo el mundo. No me gusta que los desconocidos me llamen por mi nombre. –Pero es que quiero darle una sorpresa, dedicarle una postal… Nada. No hay nombre. Postal dedicada sin nombre de destinatario. Estamos de nuevo frente a la muchacha y adivinen qué quiere ahora el muchacho delgado. Quiere regalar un libro. No importa que sea en divisas! No importa que sea el libro más caro del mundo, no importa que tenga que gastar todo lo que tiene en un libro que no conoce para una muchacha que no conoce y que a todas luces no lo quiere conocer a él. Una muchacha que no aceptó el libro, ni siquiera la postal. Nada importa, es la feria del libro, es la Habana, ambiente propicio para el absurdo. Tal vez este muchacho merecía la suerte, no de una muchacha terca que no sabe de libros, sino la ínfima suerte de poder leer, de encontrar a otros empecinados del absurdo que vagan en el submundo literario, a otros pequeños seres que se han convertido en sabios autores por saber escribir sus absurdas y empecinadas historias. En cualquier caso, un deseo tan sincero, merecía una suerte mejor.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Quinto intento: Bicitaxis

A pesar del prefijo, un bicitaxi es un triciclo, o sea, tiene tres ruedas y no dos, cómo cabría esperar. La palabra viene de bicicleta y taxi como fácil se adivina. ¿Cómo convertir una bicicleta en un taxi? Se preguntó un cubano que pasaba hambre en el período especial e inventó el bicitaxi. Las tres ruedas son de bicicleta. Sobre las dos ruedas traseras se sostiene un asiento doble de ómnibus. Encima de todo esto va un techo de nylon que protege a los pasajeros del sol y la lluvia.

El nombre no es lo único que va mal con el invento. En la época en que surgieron, no había casi tráfico en las calles de la Habana. Ahora son un gran estorbo. Eusebio Leal ha tratado de desterrarlos de la Habana vieja por feos. Por eso la mayoría se asienta en las calles de Centro Habana, municipio adyacente y puente que une el vedado con la Habana Vieja. Centro Habana… atestado… Mi municipio.

Lo de “feos” sería lo de menos. Muchas personan se quejan por el ruido. No es que suenen, es que sus dueños suelen se amantes de la música. Para este efecto los dotan con una batería de automóvil, de camión tal vez. Luego unas buenas bocinas para amplificar y a rodar por la habana volviendo locos a todos los vecinos y transeúntes. Si alguien que no conoce los bicitaxis ha visto automóviles que viajan con sonido semejante, y piensa que eso le da una idea de la situación. No crea, es que un bicitaxi es un vehículo que se desplaza muuuuy lentamente. Por ejemplo, si usted está sentado en la sala de su casa viendo una telenovela y pasa uno, puede perderse aproximadamente dos o tres diálogos. Pero ese es un mal menor. ¿Usted cree que tiene un problema porque de vez en vez un bicitaxi irrumpe estrepitosamente en su espacio sonoro? Bueno, pues yo tengo un vecino, que maneja un bicitaxi y se pasa las horas y las horas reparándolo debajo de mi ventana y regalándonos su estrepitosa música.

Pero el ruido, después de todo, no es el problema más grave. Lo que realmente es alarmante de los bicitaxis es el manejo económico. Paso a explicar cómo funcionan. En una esquina transitada y visible se amontonan cinco o seis o más de estos vehículos con sus respectivos conductores. Pueden pasarse un día entero sin tener ningún cliente. Cuando aparece por fin alguno, no es que pueda escoger el armatoste de su preferencia o el conductor, sino que se le indica el que le corresponde, supongo que por orden de llegada de los vehículos. El cliente explica a dónde se dirige y el taxista le dice el precio de la carrera que oscila entre 20 y 50 pesos, en dependencia de la distancia, que nunca rebasa los dos o tres kilómetros. Tenga en cuenta que 50 pesos excede el salario diario de casi cualquier trabajador.

Nunca compiten entre sí, ni bajan los precios. Pueden pedir más, pero nunca menos. Uno podría pensar que si cobraran menos darían más carreras y ganarían más. Pero eso implicaría más esfuerzo, tenga en cuenta que estos vehículos se mueven por tracción humana. Además ganar mucho dinero es enriquecimiento ilícito. Son un reflejo exacto de la economía cubana. ¿Por qué trabajar más si se puede vivir con menos?

lunes, 1 de noviembre de 2010

Cuarto intento: El balcón de Ricardo

El balcón de la casa de Ricardo es una zona común. Es curioso que las aceras han dejado de ser zonas comunes, y otros lugares, que eran privados han dejado de serlo. Al final no me extraña, porque casi todo ha dejado de ser lo que era.

En Cuba el béisbol, o sea la pelota, es el deporte nacional. También es, por supuesto, uno de los juegos preferidos de los niños. No es fácil hacerse de una pelota real, así que les he visto jugar con cualquier cosa. Pelotas de papel, pedazos de plástico, tapas de pomos es la última moda. Pero sea lo que sea siempre escasean. Por eso cuando algún batazo va a parar a una lejana azotea, es casi parte del juego la hazaña de recuperar la “pelota”.
Por eso el balcón de Ricardo es una zona común. Es el pasillo por donde pasan los niños a buscar las pelotas que caen en la azotea de al lado.

Una tarde Ricardo salía del baño de su casa y se topó de repente con un fornido muchacho de unos trece años en el medio de la sala de su casa. Después de trepar por el poste de la luz, Subirse en el balcón, poner un pie en la baranda y saltar a la azotea. Para luego “pelota” en mano, hacer el camino de regreso hasta el balcón, decidió sabiamente que como la puerta del balcón estaba abierta, era mejor atravesar la sala y bajar por la escalera.

Por eso Ricardo le ha tomado un gran amor al mundial de fútbol. En la época del fútbol, la mata de jazmín que crece a duras penas en el balcón permanece incólume. Y los niños del barrio tienen menos riesgos de sufrir un accidente. Yo no sabría que decir, creo que prefiero la pelota, no es que sea nacionalista, es que un pelotazo con cualquier cosa que se parezca a una pelota de fútbol duele siempre más que uno con una pequeña tapa plástica. Sobre todo si “el niño” que patea la pelota tiene 20 o 25 años.

Pero no me entiendan mal no es que no haya parques donde jugar. Los hay, pero en verano, todos los parques están llenos de “niños” que juegan pelota, si el parque es grande puede haber más de un juego, y aún así todas las calles están también llenas de niños que juegan pelota, ya lo dije, es el deporte nacional. Y aunque la mayoría de las personas suelen tener solo uno o dos hijos, en los últimos 40 años, he visto nacer muchos niños en mi barrio, pero ningún parque.

viernes, 29 de octubre de 2010

Tercer intento: Mi cuadra

Hace unos 30 años, la Habana ya venía cayéndose de bruces. (Eso ya lo dije alguna vez) Sólo que yo no me daba cuenta. No tenía experiencias anteriores para comparar. Ahora ya puedo.

Por aquel entonces frente a la casa había un solar yermo. Mucho antes había habido una casa que se derrumbó. Una casa que nunca conocí. Ese espacio vacío (con algunos escombros) daba sensación de abandono, de suciedad. Pero dejaba que el sol entrara en las mañanas en la sala.

En los años 80, cuando todo se llenó de materiales de construcción y la ciudad empezaron a salirle círculos infantiles y luego consultorios como granos, aquí también salió uno. Un edificio con consultorio y casa para el médico y la enfermera. Y otros apartamentos. Todo muy bonito. La doctora, muy buena ella, pero ya no está. El consultorio ya no es un consultorio. La enfermera sí, ella sigue viviendo allí. Ha tenido hijos y nietos. Ahora, en lugar del sol, entra el sonido de los toques de santo. Tambores y cánticos en la sala de mi casa.

En los altos de la casa de al lado, vivía una pareja. Eran mayores ya y tenían muchos gatos. A mi prima y a mí nos gustaba subir a visitarlos. No recuerdo haber hablado mucho con ellos pero me gustaban los gatos. Ellos ya murieron. Ahora viven 6 ó 7 familias en aquella casa. Separan los cuartos, comparten el baño. La puerta de la escalera desapareció. El mármol de la escalera ya no está, la baranda tampoco. Muchas cosas ya no están y muchas otras aparecieron de repente. Más habitantes, los mismos comercios, el mismo espacio. Ya no hay gatos, ahora hay muchos niños y gritos.

En el edificio que está al lado del consultorio (que ya no es consultorio) vivía una viejita a la que llamaban Fefa. Ahora vive una familia numerosa. Gente joven. Le han dado un ambiente juvenil al barrio. Ellos tienen un magnífico equipo de música con unos bafles de unos 80cm de alto. Suelen ponerlo en el balcón. Justo frente a mi ventana. Se escucha mejor que mi televisor, incluso con la ventana cerrada. Claro, tenemos algunas discrepancias en cuanto a gustos musicales, pero quién se preocupa por esos detalles.