martes, 7 de diciembre de 2010

Octavo Intento: "La Feria Agropecuaria"

Todo el mundo le dice "La feria", porque es el acontecimiento más importante de la vida diaria en la Habana. Tratar de explicar por qué es tan importante sería difícil. Además de la explicación obvia, ahí se vende comida, hay muchas otras explicaciones. Otra obvia, no hay mucho más que hacer, ni a dónde ir. O los precios son un poco menos caros que en otros lugares. En fin, el sábado agarramos todo el dinero que podemos juntar y todas las javas plásticas que encontramos, que no se sabe qué es más difícil en estos días si conseguir dinero o javas, y nos vamos a la calle Carlos III, rebautizada Salvador Allende, sin éxito, por supuesto, como otras tantas. De las 4 sendas, había dos, donde seguía circulando el tráfico y los quioscos con los productos estaban en las 2 más cercanas a las aceras. Pero últimamente, solo hay quioscos en una sola.
Cuando vamos llegando la primera impresión es muy desagradable. De lejos todo lo que se ve es gente. Mucha gente. La esperanza es que los que ya se van alejando vienen con las javas llenas y uno avista alguna lechuga por aquí o unos plátanos por allá y apresura el paso. Cuando ya estamos más cerca, la impresión sigue siendo la misma, mucha gente. En Cuba se produce tan poco que cualquier cosa que usted venda siempre hay más gente tratando de comprar que la cantidad de productos. Sobre todo si se come. Pero no piense que eso nos convierte automáticamente en el paraíso de los vendedores. Todo el mundo tiene que pagar su cuota diaria de sufrimiento innecesario. Los vendedores tienen que tener 20 papeles con sus 20 firmas correspondientes para poder vender. Los papeles nadie los da en ninguna parte y las personas que tienen que proporcionar las firmas nunca están donde se supone que deberían.
Cuando el día comienza y empiezan a llegar los compradores, es la guerra. Todo el mundo está dispuesto a robarle a todo el mundo. Los vendedores le roban a cada uno de los que compran y cada uno que pasa por su tarima está esperando un descuido para llevarse cualquier cosa sin pagar. Es un mundo inhóspito.
Al final del día, cuando anochece el sábado, si usted pasa por Carlos III verá un espectáculo casi medieval. La senda de la feria está medio desierta, al menos en comparación con el tumulto mañanero. Pero si se fija bien, los vendedores están todavía allí, tratan de proteger sus sacos de mercancía lo mejor que pueden y se sientan en pequeños grupos a beber ron y esperar la mañana. El domingo también hay feria y ellos vienen desde muy lejos. A la pobre luz de las farolas amarillas, parecen sombras de los mercaderes medievales de historias muy lejanas.