Son las 10:30am. Salgo de mi centro de trabajo para hacer un recorrido por las tiendas. No es que tenga un horario extraño es que puedo salir a cualquier hora y luego seguir trabajando. Lo extraño es que me siguen pagando en el tiempo en que estoy de tiendas. Puede sonar divertido, pero tiene monumentales implicaciones que son bastante desagradables. El caso es que la misma laxitud se aplica a todo. Por eso salgo a las 10:30am. Porque las tiendas abren a las 10 y antes de las 10:30 no es seguro que estén abiertas. Aún así puede que encuentre alguna cerrada todavía, o tal vez alguna que no abrirá en todo el día porque están haciendo inventario. Si me demoro un poco puede que no me atiendan porque la dependienta estará almorzando.
Llego a Prado. En una punta, el mar invencible. Le doy la espalda rápidamente porque me trae demasiados recuerdos y enfilo hacia la otra punta. El piso de granito está sucio y en él se sientan los niños de alguna escuela cercana. Forman dos filas y delante un maestro, casi tan niño como ellos, silbato en mano, les orienta un juego. Trato de pasarlos antes de que empiecen a correr. Las copas que adornan el prado, que antaño imitaban al as de copas de la baraja española, ahora se han convertido en simples vasijas, les falta la tapa a casi todas. No puedo imaginar a dónde fueron a parar.
Puede que sean mis viejos y cansados ojos, pero todo tiene un aspecto decadente. A los lados los hoteles se levantan renovados e impetuosos y las viviendas a penas se sostienen, algunas apuntaladas por vigas de madera. Todo es tan gris!
Doblo al llegar a neptuno. Dos cuadras más abajo en la primera tienda de víveres que encuentro no hay suerte, ni aceite que es lo que he venido a buscar. Otra cuadra más adelante lo encuentro. Hago la cola en la caja, espero a que la cajera termine de discutir con el empleado que cuida la puerta. Algún problema con un vale.
Al regreso, de nuevo en el prado me percato de que los árboles están pugnando por salirse de los huecos a que han sido destinados. Las raíces se han incorporado a la laxitud nacional y levantando las rejas que las contenían han decidido apoderarse del suelo de granito. No me imagino cómo se podría contener tan impetuoso avance, pero supongo que habrá alguna forma.
Paso de nuevo delante de los niños que se ejercitan. Es idea mía o ahora están más sucios, ajados y polvorientos. Si no lo hubiera vivido hace algunos años, no podría imaginarme cómo pueden volver a la escuela, vestir el uniforme sobre la mezcla de sudor y churre y continuar la jornada de clases.
Llego nuevamente a mi centro de trabajo. La señora que cuida la puerta me pregunta si encontré algo bueno. Le respondo que nada y no se asombra. Cuando paso por delante del reloj marca las 11:10am. He perdido más de media hora. No importa, he perdido más de media vida y tampoco importa.
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