lunes, 15 de noviembre de 2010

Séptimo intento: Los que ya no están.

La primera fase del duelo, dicen los expertos, es la negación de la realidad. En esta etapa
es cuando escribimos montones de mails todos los días. Esperamos todo el fin de semana
pegados al teléfono. Y si no tenemos computadora molestamos y aplastamos a cualquier
conocido que tenga acceso al mundo exterior. Estamos negando la separación. Pretendiendo que
la persona que partió va a seguir siendo parte de nuestra vida cotidiana, que vamos a
conversar con ellos y nos van a contar todo lo que les está sucediendo en ese nuevo mundo
maravilloso a dónde no podemos llegar. Es la fase de la burbuja que describe Carlos Varela. Pero ellos no están en un mundo maravilloso y tienen tantas cosas nuevas para enfrentar que
no tienen tiempo, ni deseos de escribirnos todos lo que necesitamos. Entonces nos llega la
segunda fase del duelo. Las reacciones de ira y descontento. Estamos muy molestos con la
persona que no nos escribe tanto como quisiéramos, que no nos llama como esperábamos.
Empezamos a sentir el abandono. En esta fase habrá quien hasta deje de escribir y de tratar
de comunicarse. El sentimiento es de traición de soledad de abandono. La tercera fase es la desesperación y la depresión. No importa lo que hagas nunca vas a
poder recuperar la alegría de volver a estar junto a esa persona tan especial. Todo lo que
queda en tu mundo es gris, opaco, no tiene color, ni calor, ni siquiera las llamadas y los
mails, las fotos duelen tanto como las de un familiar muerto. Es tan incalzanble como si
hubiera muerto. Los que han experimentado en esta etapa un regreso, una visita, una etapa de
acercamiento de cualquier tipo, saben que la depresión que viene después, el vacío, es
incluso peor que el estado anterior. Hay otra fase del duelo que es la aceptación y la paz, pero me parece que muchas personas
que se han separado de familiares muy cercanos, no pueden sobrepasar la tercera etapa. Si
es un hijo, el que se fue, los padres nunca pueden llegar a la aceptación. La separación no
es definitiva, siempre hay una esperanza de visita o de viaje de reunificación por ahí en el
aire que hace que se queden el limbo de la espera, el acercamiento y la depresión. Cuando es un pareja o un amigo muy querido se puede llegar a la aceptación. Se puede cambiar
de pareja, se puede intentar volver a hacer amigos, aunque, como dicen los expertos, nunca
se vuelve al estado anterior de la pérdida. Pero se da el caso, mi caso por ejemplo, en que
la historia se repite. La nueva pareja también se va. Los nuevos amigos también se van. Es
que se han ido tantos buenos cubanos de esta isla que de puro milagro no está vacía. No está
vacía pero se ha llenado de gente que no son los que son. Mi Habana está atestada de
personas pero también son inmigrantes que han venido de otras provincias con otras
costumbres que no son malas ni buenas pero son diferentes. Así es que todo se fue, los seres
queridos se fueron y se fueron y se fueron y mi mundo se fue con ellos. No me queda nada,
como ese personaje de la película Habana Blues, que dobla en bicicleta por la esquina de
Ánimas, en mi municipio y es la estampa del hombre más solitario del mundo.

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